La nueva fotografía

En 2026 la fotografía celebrará el 200 aniversario de su descubrimiento. No es necesario hacer un listado sobre todas las cosas en que ha beneficiado a la humanidad, pero es fácil entender que sin el fuego, la rueda y la fotografía nuestro mundo sería muy diferente. Puede que tuviéramos que volver a 1800 para valorar el bienestar que disfrutamos gracias al descubrimiento de la imagen capturada. El mundo entero debería preparar una gran celebración.

En lo que nos toca, la fotografía cambió para siempre la vida de los pintores que tuvieron que sufrir su aparición: dejó a muchos de ellos sin trabajo. Algunos se pasaron al nuevo medio, otros intentaron sobrevivir como pudieron al lado de su competidor, los más curiosos miraron con lupa las nuevas imágenes impresas y de ahí sacaron ideas para intentar nuevos estilos pictóricos que la fotografía no tocaba aún; vinieron los impresionistas, aparecieron nuevos estilos… La pintura se vio forzada a avanzar, y vaya si lo hizo. Hoy todos somos hijos creativos de esta consecuencia.

También la fotografía encontró su propio camino, a veces imitativo de la pintura y a veces aprendió de sí misma y entró en terrenos propios y desconocidos. Y ha dejado un reguero de imágenes en las que nos hemos bautizado, que son nuestra historia y nuestra memoria. Por más que en ocasiones le hayan querido regatear el título de Bella Arte, parece irremediable que se lo ha ganado por derecho propio y que esto no tiene vuelta atrás.

Pero los hijos de la fotografía no somos puros, tenemos la genética mezclada. A diferencia de lo que ocurrió hace dos siglos, nosotros tenemos infectado nuestro pensamiento con múltiples disciplinas. Somos fotografía y pintura mezclados, nuestras influencias se han multiplicado gracias a los medios de comunicación, la televisión e internet. Somos poesía y escultura, la de aquí y la de cualquier otra parte del mundo. Los que han querido se han enriquecido con el pensamiento de culturas que antes eran desconocidas. Incluso sin pretenderlo nos hemos hecho más universales y entendemos poco a poco el significado de “la aldea global”. Nuestro pensamiento se ha vuelto más abstracto que lineal.

Las cosas ya no pueden ser como antes.

Desde incluso antes de los pictorialistas puedo dar una relación de más de cincuenta fotógrafos que me interesan. Algunos son referencias universales, otros sólo a medias y algunos bastante desconocidos. Busco con frecuencia viejos libros de fotografía en anticuarios para anotarme nuevas referencias de aquellos fotógrafos de las cavernas de los que vengo. Los miro como escucho la sinfonía Fausto de Listz o admiro el Ford T de 1908. Hoy prefiero otra música, Penderecki me parece increible, o el genial Carles Santos, que ha permitido que la productora vasca del film sobre mi obra «Realidad Simultánea» utilice su música, o el fallecido Messiaen que pone sus notas a volar como pájaros o mariposas a mi alrededor, y sin duda prefiero usar otros coches; pero aquello era maravilloso, admirable, respetable e impresionante. También con el Ford T llegaron Juan Gris y Kandinski, que traía el abstracto bajo el brazo y todo ello no era menos impactante y maravilloso; y Malevich nos metió de cabeza en otra dimensión. La confección de principios de siglo era otra cosa según afirmaban mis abuelos. No es que cualquier tiempo pasado fuera mejor, es que seleccionamos sus momentos álgidos, los grandes éxitos y los hacemos brillar al eliminar sus miserias; pero yo ya no bailo tangos, no me visto como ellos, no tengo su misma ética, ni estética, ni sus coches, ni su música, ni sus relaciones, ni su sistema social. No tengo sus ataduras, ni su moral, ni su escaso conocimiento en vivo y en directo del mundo y de otras culturas, ni su educación, ni su sentido del arte, ni sus frenos mentales, ni su concepto del tiempo, ni de la vida, ni de la muerte.

Yo no soy como ellos ni puedo serlo. Soy hijo de mi padre, pero no mi padre. He sido educado por mi padre pero no pienso como mi padre, no actúo como mi padre y no tengo su gusto, aunque le echo mucho de menos. Gracias a todo ese pasado que me ha traído hasta aquí, con todas sus circunstancias, he atravesado mi puerta para seguir adelante como consecuencia del pasado, pero sin ser el pasado.

Con todo lo que admiro a los fotógrafos del pasado tampoco pienso o veo como ellos; ya no. Y su obra era perfecta para ellos pero yo ya no puedo vestir mi obra con sus trajes porque no son para mí. Sus referencias ahora no pueden ser las mías porque yo soy su consecuencia, la consecuencia de su esfuerzo y trabajo, de sus imágenes. Me han llenado de su esencia para descubrir una filosofía de la imagen y el espacio, de los colores, de lo espiritual, de lo físico y lo metafísico que es la mía, la que me corresponde, la propia de mi tiempo. Imitarles sería insultarles y hasta despreciar su legado.

No tengo nada contra la fotografía clásica o tradicional, basada en la captura directa, embellecida o no; tiene todo mi respeto y admiración si merece la pena o si es extraordinaria, como alguna cosa que he visto en directo de Sebastián Salgado o de Carlos Rodríguez últimamente y que me han hecho sentarme mudo un buen rato, pero la mayor parte de lo que veo me aburre solemnemente y no quiero ocultarlo. Siento que es viejo y que no aporta nada, que están en mi tiempo pero que parecen de otra época pasada, que es la repetición de las mismas jugadas y que no es para mi porque no me llegan al alma ni a que a través de ellas pueda expresar mis sentimientos; y se desvanecen en mi memoria como los rostros de las personas con las que me crucé hace un mes, pero sigo yendo a exposiciones a llenarme de lo que pueda. Internamente, confieso que, lo miro como quien contempla las ruinas de una civilización en un museo, e intento comprender por qué ese lenguaje se ha quedado obsoleto en mis emociones, pero la única respuesta es que lo que yo hago no puede ser así porque simplemente yo no lo soy. Lo amo y lo admiro, pero yo ya no lo vivo; ésta es toda mi justificación.

Mi obra no objetual, sin objetos reales reconocidos, es un paso adelante al que me siento obligado, no es una huida. Mi obra es lo que siento realmente cuando miro al mundo, es lo que quiero expresar, es el mundo que vive en mí. No sé si mi obra soy yo, pero sé que yo también soy eso. La realidad es sólo un experimento. Y así me comunico interiormente con el mundo que deseo construir, al que aspiro y que amo.

Mi obra es de mi tiempo, de eso no tengo dudas; no tengo más que mirar hacia atrás para ver la línea que me guía. Debe ser por eso que cada vez que comienzo una nueva obra me parece que estoy haciendo mi primera fotografía. Toda una experiencia mirar una obra y no saber si es ella la que me mira a mi. Es algo mágico.

 

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© Valentín
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